A quien teme preguntar, le avergüenza aprender

Uno de los grandes problemas que podemos encontrar en las empresas es que en muchas ocasiones el capitán no sabe definir. No sabe aclarar la ruta, no sabe trazar el camino que desea tomar, y por tanto, que debe tomar la compañía.

Y el problema es que eso es el comienzo de todos los demás  problemas imaginables. La falta de criterio a la hora de marcar pautas, deriva en una grandísima mayoría de los casos en el caos. Nadie sabe qué dirección lleva la empresa, su trabajo no tiene una meta marcada, sus objetivos se diluyen en un mar de dudas y cuando se prometió A, se cumple B, o C, o lo que toque en ese momento.

La predisposición de los trabajadores cae, se hunde como un ancla y la nave deja de avanzar.

¿Por qué nos pasa esto?

Porque somos los mejores. Somos jefes y no necesitamos ayuda. Sabemos en cada minuto, en cada instante, lo que debemos hacer y lo que es peor, lo que deben hacer los demás, aunque demos bandazos como si fuera el viento quien decide dónde ir y no el capitán de la nave.

Cuando se comienza una nueva aventura laboral, todo es positivo, o al menos lo parece. Nuestro nivel de motivación es altísimo y la predisposición a remar y hacer avanzar la nave es enorme.

Pero todo desaparece si el capitán no dispone de criterio, y empeorará más aún si no es capaz de darse cuenta del hecho de no tenerlo, que, como en el caso de las meigas, habelas haylas.

Por eso es importante dejarse ayudar. Esa sensación de no querer valer menos, no dejarnos asesorar, mantenernos en nuestras trece, puede llevar a valer cero. A perder el control del equipo, a perder el respeto de todos los que sí que ven con claridad el problema.

¿Entonces qué hacemos? Esencialmente pedir ayuda. Personalmente me he encontrado en muchas ocasiones en circunstancias parecidas y si he aprendido algo, ha sido a no dudar en pedir ayuda. Con el convencimiento de estar actuando como debo, y de paso de ser un valiente porque eso de pedir ayuda tiene una parte de valentía y otra de humildad, de saber que no se pueden dominar todos los aspectos de la vida, y de agachar un poco la cabeza y el mentón, y con las orejas gachas pedir favores a quien puede no apetecerte pedirlos.

Todo suma, el saber a quién acudir, el saber cómo acudir y el saber cuándo acudir a pedir ayuda, forja criterio, y una vez forjado se queda con nosotros. Y si disponemos de ese criterio, sabremos traducir las órdenes al resto del equipo para poder remar todos con el mismo ritmo y la misma dirección, y sabremos predisponerles a formar parte del proyecto que tenemos entre manos.

Como dice Jaime Ros, usemos nuestras gafas de ver con  nitidez. Porque si no vemos bien, perderemos el rumbo en nuestra singladura y nunca sabremos en qué puerto queremos desembarcar.

A quien teme preguntar, le avergüenza aprender.
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