Hay varias palabras que se relacionan con una baja tolerancia a la presión: Incertidumbre, inseguridad, desconfianza, miedos…

Palabras que son resultado de la interpretación que realizamos del entorno al que nos enfrentamos y que nos trasladan mensajes como: «no entiendo lo que ocurre ni sé qué puede derivarse de esto», «tengo dudas de lo que pretenden que yo haga en esta situación», «no me siento capaz de resolver esto», «voy a salir perdiendo de toda esta historia»… Es evidente que tienen una elevada carga emocional asociada que es, precisamente, la que provoca esa insuficiente tolerancia a la presión por nuestra parte.

Si nos detenemos unos instantes a preguntarnos de dónde vienen esos pensamientos o, mejor dicho, si hay algún factor que puede estar condicionando una gran probabilidad de que surjan, seguramente conseguiremos avanzar en nuestro entendimiento de lo que es la tolerancia a la presión.

Sobre esto estoy trabajando en mi próximo libro y lógico es que no quiera desvelar los contenidos que desarrollo en él, pero déjame poner negro sobre blanco y lanzar cinco preguntas que bien pueden servir para valorar algunos de los cimientos sobre los que se asienta esta competencia:

 – ¿Soy capaz de entender la situación a la que me estoy enfrentando? ¿Su por qué, su para qué, su quién…?

 – ¿Puedo anticipar qué es lo que esta situación demanda de mí? ¿Qué se supone que debo hacer y cómo hacerlo?

 – ¿Me considero capaz de actuar según lo que la situación exige de mí? ¿Dispongo de los recursos necesarios para hacerlo?

 – ¿Quiero actuar? ¿Percibo que me juego algo importante que me impulsa a intervenir en esta situación?

 – A medida que las cosas van ocurriendo, ¿estoy alerta para extraer de todo ello aquello que me ayude a reforzar lo que estoy haciendo o a corregirlo?