Quien buen ajo planta, buen ajo arranca.

A vueltas con el criterio, me he dado cuenta que siempre le exigimos tenerlo, conocerlo y ejercerlo a los responsables de departamento, a los jefes, los CEOs, CISOs y todas esas siglas que ahora definen los puestos de trabajo que, al parecer, son jefes de algo.

Y…¿Qué pasa con el resto? ¿No lo necesitan?

Rotundamente sí. Tanto o más que los de las siglas en inglés raras. Tanto, porque sin criterio, sin esas gafas que nos muestran el camino, se hace muy difícil seguir una línea coherente, como porque la posibilidad de falta de criterio de los “chicos de las siglas” nos puede hacer descarrilar y terminar los proyectos con un desastre completo.

Es una realidad clara aquello de que no estamos solos, ni a nivel personal ni a nivel profesional. Aunque seamos un autónomo dedicado a trabajar en solitario, nuestros resultados siempre están en función de lo que pasa con “otros”, sean clientes, proveedores o colaboradores, formen parte del proyecto de forma directa o indirecta, siempre hay alguien más que, aún sin formar parte del “equipo ejecutor” tiene parte en el proceso en algún punto entre el inicio y su finalización.

Si tenemos claro que todo no depende exclusivamente de nosotros, que formamos parte de un grupo de trabajo, que hay más gente implicada en nuestro proyecto, debemos considerar que deben tener criterio suficiente para poder abordar los problemas que vayan surgiendo a lo largo del desarrollo del mismo. A la vez, damos por hecho que nosotros sí disponemos del tal criterio para poder valorar el de los demás.

No podemos esperar que nadie nos marque un camino, nos solucione un problema, nos plantee una alternativa, si no confiamos en que tiene criterio suficiente para hacerlo. Y hablo desde el que hace las fotocopias hasta el que firma el proyecto o lo defiende ante un cliente.

Que nuestro jefe tenga criterio, no es garantía de éxito. El criterio debe existir y formar parte de todo el equipo, cada cual, en su nivel de responsabilidad, deberá contar con las herramientas, motivación, predisposición, habilidad, etc. para que el resto de componentes de la aventura confíen lo suficientemente en él para poder dejarle ejercer su labor y colaborar en la consecución del éxito de todo el equipo.

Y no se trata de compartir las gafas que nos ayudan a ver. Se trata de que cada cual tenga sus propias gafas, no se puede dejar a medio equipo ciego porque el otro medio no dispone de las herramientas necesarias para hacer su trabajo. Cada uno, en su nivel, tendrá que usar sus propias gafas, su criterio y sus herramientas, ya que su cometido es el que es y nadie debe conocerlo ni más ni mejor que él mismo.

Ya, y… ¿Qué pasa si falla?  Busquemos palancas que nos ayuden a evaluar la situación: Implicación, Rol y Viabilidad*, de forma que podamos verificar el estado del  equipo y no juguemos a suponer e improvisar soluciones que no harán otra cosa que entorpecer la marcha del proyecto y probablemente nos hagan dar una imagen a nuestro cliente que le haga no repetir la experiencia.

Un buen líder debe ser capaz de tirar de las palancas necesarias para hacer que todos los miembros de su equipo dispongan del criterio suficiente para abordar los proyectos que vayan surgiendo con profesionalidad, sabiendo hacer y haciendo bien. O tiene la opción de renunciar a ese liderazgo para que alguien válido ocupe su lugar y disponga de la habilidad necesaria para tirar del carro para lograr el éxito. Debemos plantar los ajos bien para poder recolectarlos mejor, que es la única finalidad de habernos molestado en plantarlos.

Quien buen ajo planta, buen ajo arranca.
Etiquetado en: