¿Has tropezado con personas tóxicas?
Todos podemos caer en el error de ser `tóxicos´ puntualmente para otras personas, es cierto; pero los hay que lo son porque lo tienen escrito en su ADN. No es lo mismo un «comportamiento tóxico» que una «persona tóxica«.
Hoy quiero traer a esta reflexión, con la perspectiva del tiempo transcurrido, consecuencias derivadas de haberme encontrado con personas que, tristemente, llevan en su ADN esa «toxicidad».
Existen, no hay duda. Los he visto y sufrido en momentos concretos de mi experiencia, y, probablemente, tú te hayas tropezado en más de una ocasión con ellos.
Están ahí.
Suelo llamarlos «vampiros» (de los malos, por supuesto, por respeto a Edwards de Crepúsculo), esos seres que se alimentan de la sangre de otros, que actúan con nocturnidad, que se rodean de señales de poder y que, igual que ocurre en la ficción, son incapaces de ver su reflejo cuando se miran en un espejo.
Profesionales que etiquetan a los demás según lo que les interesa de ellos, como si quisieran atesorarles encerrándoles en jaulas de oro o de hierro oxidado, según el valor o el riesgo que les atribuyan.
¿Les importa la persona?
Seguramente, son de los que dicen que `naturalmente que me importan las personas´. Pero la realidad que se obstinan en demostrar es bien diferente.
No. Les mueve lo que la persona representa para ellos. Si creen que supone una oportunidad, pondrán en juego todo tipo de comportamientos para atraerle, como el cortejo que hace un pavo real ante la hembra a la que pretende. Si lo ven como una amenaza, utilizarán su poder e influencia para borrarles de su escenario, sin preocuparles las consecuencias. Si no perciben oportunidad ni amenaza, actuarán como si no existiera.
Si has coincidido con ellos, es probable que recuerdes, como hago yo en estos instantes, momentos en los que les ves ocupar un espacio con gran autoridad, con una deslumbrante capacidad de convencer a los otros, haciendo como que te escuchan y, en realidad, no les interesa conocerte por un arrebato empático, sino encontrar en lo que les puedes decir, argumentos para reforzar su estrategia tóxica.
En otros momentos, cuando `estorbas´, son capaces de desplegar un amplio abanico de acciones dirigidas a anularte, a apartarte, a quebrar la seguridad en ti mismo. Sí, son personas que si además de tóxicas, son inteligentes, se convierten en arietes como el toro que sale de la puerta de toriles dispuesto a demostrar quién manda.
Todos ponemos en juego, en algún momento, comportamientos «tóxicos»
No conozco a nadie que no haya tenido la certeza de haber hecho algo en algún momento de su vida profesional, que no haya sido adecuado y que haya provocado algún problema a otros. Si echo la vista atrás, encuentro mi experiencia salpicada de esas «malas hierbas» que lamento no haber arrancado a tiempo. Comportamientos que, sin intención de condicionarlo, han podido provocar «efectos tóxicos» para otras personas.
Por el hecho de haber actuado así en algún momento, ¿debemos considerarnos profesionales «tóxicos«? No, en absoluto.
Es cierto que somos responsables de las consecuencias de lo que hacemos. Si en algún momento, hemos cometido algún error, aunque no haya sido intencionado, que provocara un daño a otros profesionales, no lo neguemos, somos responsables de ello y tendremos que actuar en consecuencia, asumiendo lo que debamos asumir.
Pero hay una gran diferencia entre quien pone en juego, inconscientemente, comportamientos tóxicos, de quien los utiliza, conscientemente, por tener un perfil tóxico.
El primero actúa así sin ser consciente de su error, sin reparar en las consecuencias, interpretando inadecuadamente una situación, o porque está viviendo un periodo de tal exigencia y presión, que ha perdido el control de sus actuaciones, es decir, ha perdido la opción de decidir… Actúa así no por convicción, sino por equivocación, por error o por sentir que no tiene alternativa. Alguien que al revisar lo hecho, se siente responsable de ello y, con gran probabilidad, aunque intente justificar su comportamiento, se arrepiente en buena medida de haber actuado de esta forma.
El segundo actúa así porque entiende que es la manera de obtener un beneficio para él o evitar un riesgo. No le importan las consecuencias que puedan derivarse para otras personas, es más, las justifica e, incluso, tiene la `desfachatez´ de hacer responsables a otros de lo ocurrido. Alguien que si revisa lo hecho, sentirá satisfacción por haber conseguido lo que pretendía y sólo se lamentará si cree no haberlo logrado.
Este último es un «vampiro consciente de serlo» y «orgulloso de actuar así«. No se percibe mala persona, se cree con derecho y legitimidad de actuar como actúa. Y «que cada palo aguante su vela«.
El primero, sin embargo, es un «vampiro que no es consciente de serlo«. Incluso puede que se niegue a aceptar el mal hacer de alguno de sus comportamientos; pero cuando le invitas a una reflexión tranquila y coherente, se da cuenta, ve con claridad el reflejo que sale del espejo de sus comportamientos y siente la necesidad de «tapar«, «compensar» lo hecho y de «evitar» que se repita.
¿Son frecuentes los «profesionales tóxicos»?
La información que puedo compartir aquí no nace de estadísticas derivadas de estudios concretos. Nace de mi experiencia y de la que otros han compartido conmigo.
No, gracias a Dios, no son frecuentes. Si echo la vista atrás, en más de 30 años de experiencia, no llegan a 10 las personas que tengo catalogadas como «profesionales tóxicos». Otra cosa son los que han tenido comportamientos tóxicos. Estos, entre ellos me incluyo, son muy frecuentes.
Cuento menos de 10 y, siendo pocos, han tenido un impacto intenso en mi experiencia profesional, tanto es así, que podría poner nombres y apellidos, cargos organizativos e información más detallada de cada uno de ellos. Obviamente, no voy a hacerlo.
Pero están ahí, en mi historia profesional. Han escrito sus renglones y condicionado su efecto. Algunos negativos y otros, curiosamente, positivos.
¿Cómo pueden condicionar consecuencias positivas personas de este estilo? Es sencillo de explicar. Cuando los seres humanos nos enfrentamos a un problema, aprendemos de él, buscamos alternativas, establecemos herramientas mentales que nos ayuden a prevenir que vuelva a ocurrir. Incluso aprendemos a diferenciar a unos vampiros de otros y a poner en juego estrategias para ayudar a unos y para protegernos de los otros.
Hay una frase que suelo repetir con frecuencia: El error y las dificultades son inestimables fuentes de aprendizaje. Es curioso que uno de esos 10 candidatos a profesional tóxico a los que he aludido antes, se revolviera con rabia contra esta afirmación en un momento en el que la compartí con él.
Nos pueden hacer mucho daño, es cierto, pero, aunque cueste admitirlo, generan experiencias de las que podemos aprender y mucho.
¿Qué hago si me encuentro con uno de ellos?
No me gusta reducir algo importante a una lista de ideas; pero un artículo da lo que da de sí y, por ello, comparto algunos titulares que pueden servir como punto de reflexión frente a un café o una buena cerveza.
- Sé consciente de que existen. Mantén tu alerta activa sin que ésta te limite.
- Piensa que no son frecuentes. Puedes encontrarlos, por supuesto, pero no todos los profesionales con `cara de palo y malas formas´ lo son, ni todos los profesionales que `parecen telepredicadores de éxito´ lo son.
- No confundas un comportamiento tóxico con un perfil tóxico. Un comportamiento tóxico es un error en una persona normal, se convierte en una intención cuando hablamos de un perfil realmente tóxico.
- Un perfil tóxico lo es por su intencionalidad y por su nula preocupación por lo que pueda suceder a quienes le rodean salvo que tengan algún interés comprometido con ellos. Si quieres comprobar si tienes a alguien así delante, no juzgues el comportamiento, juzga la intención.
- Si tienes algún acuerdo con él, ten cuidado, puede romperlo en cualquier momento. Afiánzalo como puedas para tener algún recurso que te proteja. Y, si puedes, no dejes de buscar alternativas que te alejen de él.
- No comprometas nada importante con quien sospeches que pueda ser uno de ellos. Recuerda la importancia de la intencionalidad de los comportamientos. No se trata sólo del «qué» o del «cómo«, sino también del «para qué«.
- Céntrate en los aspectos racionales y prácticos de tu trabajo, mantenlos controlados, no dejes que te manipule con sus artes emocionales.
- Cada paso que des con él, clarifícalo, evita que queden en acuerdos verbales que después puedan negarse. Crea evidencias. Anticipa lo que puede estar en riesgo con él.