Cuando la comodidad sustituye al aprendizaje
Huir de la dificultad nos deja sin herramientas para la vida
Se abre paso, cada vez con más fuerza, la creencia de que comodidad es siempre progreso y que esta idea-trampa se ha sumado a otra que invade nuestro tiempo: la velocidad.
Vivimos en una vida vertiginosa, llena de estímulos, tareas y demandas que nacen y mueren casi al mismo tiempo. Hacemos muchas cosas, pero pocas dejan huellas que orienten el camino a seguir. Todo ocurre deprisa, se consume deprisa y se olvida deprisa. En ese ritmo, el esfuerzo ha ido perdiendo valor y la reflexión ha sido etiquetada, injustamente, como tiempo improductivo.
La comodidad, en sí misma, no es el problema. Es lógica, necesaria y, bien entendida, incluso saludable. El problema aparece cuando se convierte en refugio permanente y cuando la velocidad la acompaña como excusa perfecta para no detenernos. Porque el esfuerzo —el que hace crecer— necesita tiempo, continuidad e incomodidad asumida. Y eso choca con una cultura que huye de la fricción y de la pausa.
Estamos perdiendo la capacidad de concebir el esfuerzo como una fuente de riqueza, especialmente en el aprendizaje. Queremos resultados sin proceso, soluciones sin conflicto, crecimiento sin haber atravesado nada difícil. Y así dejamos de entrenar justo las herramientas que más necesitamos para vivir: pensar, resistir, decidir, sostener, adaptarnos, aprender, cuestionar…
Esto se refleja con claridad en el mundo del trabajo. Personas bien formadas, con talento y acceso a información constante, pero con poca tolerancia a la dificultad real. Equipos que se bloquean ante el conflicto porque no han desarrollado el hábito de enfrentarse a lo complejo. El teletrabajo, que ha traído ventajas evidentes, también ha restado espacios de aprendizaje informal: la conversación no prevista, el roce cotidiano, la observación del otro, el conflicto pequeño que enseña a manejar el grande. Se gana eficiencia, pero a veces se pierde crecimiento humano y profesional.
Y no es solo un fenómeno laboral. También se cuela en la amistad, en la familia, en la educación de los hijos. Llenamos el tiempo de actividad, de estímulos y de respuestas rápidas, pero robamos espacios para pensar juntos, para conversar sin prisa, para afrontar frustraciones. Con la mejor de las intenciones, evitamos el esfuerzo, huimos del conflicto… y sin darnos cuenta debilitamos la capacidad de sostener la vida cuando se pone cuesta arriba.
El esfuerzo no empobrece; empobrece su ausencia. La pausa no frena el progreso; lo hace posible. La incomodidad no endurece; prepara.
Porque aprender exige atravesar cuestas. No hay aprendizaje profundo sin resistencia, sin límites, sin momentos de “por aquí no”. Cuando la búsqueda de la comodidad convierte el esfuerzo en algo rechazable, lo que hacemos es entrenarnos para esquivar lo que cuesta. Y cada vez que esquivamos, perdemos una oportunidad de crecer.
Esto también se ve en la educación de los hijos. Decir “no” genera conflicto, y el conflicto incomoda. Por eso, buscamos atajos: argumentaciones complejas que solo sirven para un adulto, negociaciones infinitas, justificaciones que nos tranquilizan más a nosotros que al niño. Pero un niño no necesita siempre razones elaboradas; necesita límites claros. Siempre bajo el manto del amor de sus padres, necesita saber que hay momentos en los que, por mucho que lo intente, por ahí no va a poder pasar. Y para saberlo, necesita enfrentarse al «no» sin justificaciones que parecen diluir la importancia y firmeza de ese «no».
Ese “no” no es un castigo: es una escuela. Le enseña que la vida está llena de normas legítimas —no arbitrarias, no injustas— que le obligan a tener en cuenta al otro, al padre, a la madre, al entorno. Le enseña que no todo gira en torno a él y que, cuando una puerta se cierra, tendrá que desarrollar alternativas, recursos, paciencia y criterio.
El aprendizaje, en el fondo, es eso: descubrir que crecer no es evitar las cuestas, sino aprender a subirlas. Y que el esfuerzo, lejos de empobrecer, es lo que nos da la fuerza necesaria para seguir avanzando cuando la comodidad ya no alcanza.

