Donde menos te lo esperas

Es frecuente que mencione a los «maestros de nuestra vida» en buena parte de los proyectos en los que participo, tanto de formación como de consultoría. Ellos son aquellas personas que se cruzan en nuestro camino, recorren un buen trecho a nuestro lado o simplemente unos pasos, y en ese recorrido compartido, son capaces de sacar de nosotros lo que pensábamos que no existía o lo que considerábamos lejos de nuestro alcance.

Esta semana pasada, volví a mencionarlos y un integrante del grupo con el que trabajaba, me dijo:

  • Jaime, ¿cuándo aparece un maestro?

Pregunta difícil de responder. No dispongo de una bola de cristal que me permita saber el quién, el cuándo y el cómo; pero su pregunta me recordó a algo que escribí en 2017 y que comparto aquí contigo. Espero que te guste y que hayas vivido ese encuentro inesperado «donde menos te lo esperas»

Los mejores maestros no suelen ser aquellos de los que más se habla.

Semanas atrás, contaba por aquél 2017, viví una experiencia que puso en su sitio el valor de quienes son capaces de seguir enamorándose de su trabajo a pesar de que éste les aporte no pocos sinsabores, escasas satisfacciones e infinidad de motivos para pensar que poco pueden hacer en él.

Compartí dos tardes de trabajo.

Ellos sumaban 18 profesionales dedicados a la enseñanza de alumnos que, en un porcentaje nada despreciable, vivían etiquetados por ellos mismos o por su entorno familiar y social, con motivos justificados o no, de marginales, problemáticos, con futuro incierto.

No quiero entrar en los motivos de ese “etiquetaje“, pero sí en lo que aquellos profesionales de la enseñanza fueron capaces de transmitir y compartir conmigo. Y no fue otra cosa que su capacidad de reinterpertarse cada día para renovar su ilusión por no dejar de apostar por sus alumnos. Aún sabiendo que algunos de ellos no iban a llegar mucho más lejos de donde ahora estaban, o incluso peor.

Profesionales que después de tantos años en la brecha, eran capaces de esbozar una sonrisa sincera, enmarcada en esas ojeras alimentadas por un esfuerzo constante, y decirte que

  • me gusta mi trabajo aunque lo odie a menudo
  • no sé cuándo ni cómo, pero estoy convencido de que les ayudamos
  • en muchas ocasiones no sé qué hacer, pero debo estar ahí, enfrentándome a ellos, enfrentándoles a sí mismos, ayudándoles a dar aunque sea un pequeño-gran paso“.

Cuando regresé no podía dejar de pensar en los otros muchos escenarios profesionales que comparto con mis clientes. Proyectos en los que defiendo la importancia de asumir frente a la trampa de resignarse. Qué fácil es caer en ésta y qué esfuerzo requiere mantener viva la primera. Pero al final, sólo depende de cada uno de nosotros.

Es curioso cómo las mejores lecciones suelen proceder de quien teniendo poco y enfrentándose a una tarea imposible, es capaz de arañar este calificativo y transformarlo en posible porque demuestra tener la valentía de reintrepretarse continuamente y dar valor, un pequeño-gran valor, que le sirve para mantener  esa ilusión que, no sólo en los cuentos, mueve montañas.

Terminaba mi historia afirmando «Son maestros y tuve la gran suerte de estar unas horas con ellos».

No sé cuándo ni cómo aparecerán, ni siquiera quién será, únicamente espero no perder la oportunidad que surgirá cuando esto ocurra.

Donde menos te lo esperas
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