Tolerancia a la Presión (9)

Ansiedad

Es muy frecuente que al hablar de tolerancia a la presión se centre la conversación en la ansiedad. Es cierto que ésta última surge en situaciones de baja tolerancia a la presión, pero ¡¡cuidado!!, también está presente, y debe estarlo, en situaciones de elevada tolerancia a la presión.

La forma en la que vivimos una situación condiciona nuestra respuesta y esta respuesta puede variar no porque varíe la situación, sino porque varía nuestra forma de vivirla.

Creo que todos somos conscientes de que interpretamos de forma diferente unos y otros. Tanto es así, que cada uno tenemos «nuestra verdad», es decir, la forma en la que consideramos que es la realidad en la que vivimos.

Esta «verdad» la construimos a través de nuestra razón y de nuestra emoción. Soy consciente de que decir esto es simplificar mucho, pero creo que puede ayudar a entender el concepto de ansiedad.

Nuestra razón contiene todos los procesos cognitivos que ponemos en marcha para analizar información, para valorar y anticipar riesgos y oportunidades, para definir alternativas de actuación, tomar decisiones…

Nuestra emoción, utilizando el término desde un punto de vista coloquial, se genera a través de las necesidades que tenemos, de los pensamientos que nos anticipan lo que va a ocurrir, de esos momentos en los que nos asaltan las dudas, de nuestras emociones, consideradas en su acepción técnica, nuestros sentimientos…

Y, ¿cómo no?, de todo ello puede surgir la ansiedad. Sí, la tan temida ansiedad, la que está tan desprestigiada socialmente, la mala de la película…

¡Cuidado! Quizá no siempre es tan mala como se afirma y quizá, solo quizá, deberíamos considerar que en no pocas ocasiones, es uno de nuestros mejores aliados.

Déjame diferenciarte la ansiedad como respuesta natural de la ansiedad como respuesta patológica.

¡No es lo mismo!

La ansiedad es una respuesta natural del cuerpo ante situaciones de estrés o peligro. Es una sensación de inquietud, preocupación o miedo que todos experimentamos en algún momento de nuestras vidas. En pequeñas dosis, la ansiedad puede ser útil, ya que nos alerta sobre posibles amenazas y nos prepara para enfrentarlas. Estas amenazas pueden proceder del día a día cuando percibimos que el entorno exige algo importante de nosotros o que pone en riesgo algo que necesitamos o que necesitan otras personas que tienen valor para nosotros.

Nuestro cuerpo reacciona ante esas amenazas para poder dar la mejor respuesta posible. Se ponen en marcha mecanismos que nos preparan para luchar contra las amenazas: nuestra amígdala (no la que imaginas en la garganta, sino una estructura cerebral que forma parte del sistema límbico, que tiene mucho que ver con las emociones) se activa alertándonos de que estamos en peligro, el hipotálamo reacciona activando al sistema nervioso simpático que provoca cambios en el cuerpo preparándolo para la acción, se liberan hormonas como la adrenalina (aumenta entre otras cosas, la frecuencia cardíaca, la presión arterial) y el cortisol (provoca un aumento de glucosa en sangre para disponer de ella como energía adicional), se acelera la respiración, se dilatan las pupilas, existe una mayor actividad en la corteza prefrontal (la zona en la que se producen los procesos cognitivos), otros neurotransmisores incrementan sus niveles afectando a nuestro estado de alerta (dopamina, serotonina, noradrenalina)…

Todos estos efectos nos permiten reaccionar con mayor rapidez y eficacia.

Por eso, la ansiedad como respuesta fisiológica de nuestro organismo es buena, porque nos prepara para dar respuestas rápidas y acertadas, tanto a nivel físico como mental.

Pero, la ansiedad, cuando es excesiva y persistente puede convertirse en patológica interfiriendo significativamente en la vida de una persona. Son momentos en los que todo ese abanico de síntomas y signos surgen sin que haya una amenaza real o, algo que es muy común, momentos en los que la propia ansiedad se convierte en la amenaza y se realimenta a sí misma.

Estas situaciones deben ser atendidas por profesionales preparados para ello, psicólogos y psiquiatras.

Lo que me interesa subrayar es la estrecha relación que existe entre ansiedad y tolerancia a la presión, entendiendo que la primera es una respuesta fisiológica, normal y deseable, de nuestro cuerpo frente a situaciones de percepción de amenaza. ¿Deseable? Claro, te doy algunas ideas que apuntan hacia esto.

  • La ansiedad es una respuesta adaptativa que nos prepara para enfrentar situaciones desafiantes. En contextos profesionales y personales, sentir ansiedad es una señal de que nuestro cuerpo y mente están en alerta. Que estamos listos para actuar.
  • La ansiedad puede mejorar el rendimiento al aumentar la concentración y la motivación ya que nos impulsa a prepararnos y a esforzarnos para alcanzar nuestros objetivos.
  • Sentir ansiedad en situaciones de alta presión supone que nos importan las consecuencias, lo cual puede ser un motor para la acción y la mejora continua.
  • Manejar la ansiedad en situaciones de presión ayuda a desarrollar resiliencia. Cada vez que superamos un desafío, fortalecemos nuestra capacidad para enfrentar futuros obs-táculos con mayor confianza y eficacia.

La ansiedad asume el rol de ser quien nos alerta y prepara para actuar. La ansiedad patológica es compleja, invalidante y requiere del apoyo de especialistas.

Ambas tienen relación directa con la tolerancia a la presión.

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