Escribir para entender(se)

darnos una oportunidad

A veces uno escribe para recordar, otras para olvidar, y las más, sin saber del todo por qué. Pero detrás de cualquier motivo hay un gesto íntimo: el deseo de entender. Escribir no es solo dejar constancia de lo vivido, sino intentar descifrarlo. Cada palabra colocada con cuidado es una forma de ordenar el caos, de ponerle nombre a lo que nos pasa por dentro y, al hacerlo, hacerlo un poco más nuestro.

Escribir te obliga a trazar un pensamiento lineal

No se puede escribir sin ordenar, sin hilar las ideas para que encajen, sin decidir qué fue antes y qué vino después. Y en ese intento de dar forma a la secuencia de lo que ocurrió —o de lo que sentimos— el pensamiento se aclara. Al escribir, relacionas ideas y acontecimientos, los colocas uno detrás de otro, y en ese hilo vas descubriendo conexiones que antes no veías. Es como si la mente, al avanzar por la línea del texto, fuera encontrando sentido a lo que en la cabeza parecía solo una maraña.

Escribir es explicarse a uno mismo. 

No es una rendición, sino un modo de reconciliarse con las propias preguntas. Cuando escribo sobre algo que me ocurrió, descubro que el hecho en sí importa menos que lo que pensé, sentí o aprendí al vivirlo. El texto se convierte entonces en un espejo más honesto que la memoria, porque no busca quedar bien con nadie, ni siquiera con uno mismo.

Y luego está la segunda parte: compartir. 

Contar lo que hemos comprendido no es un acto de vanidad, sino de generosidad. Cuando alguien lee lo que escribimos y se reconoce, se produce un pequeño milagro: lo que era solo mío empieza a pertenecer también a otro. La experiencia se transforma en puente.

No hace falta ser escritor para escribir. Basta con tener algo que decir y el valor de mirarlo de frente. Porque escribir —aunque sea una simple nota personal, una reflexión o un recuerdo— nos entrena en algo esencial: detenernos, pensar, poner en palabras lo que a menudo vivimos de forma automática.

Y cuando eso ocurre, uno ya no solo escribe: se escribe. Se da forma, se afina, se comprende un poco más.

Quizá por eso escribimos: para aprender a leernos mejor, para aprender a compartir mejor.

Escribir para entender(se)
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